18 sept 2017

«Radiografía del silencio» de Lidia Cayo Velásquez (Fragmento)




La soledad era una experiencia casi nueva. La casa, que antes la habitaban siete, ahora la habitaban cinco; ya no estabas tú, ni mamá. Todo, desde la puesta de sol hasta la tarde, era funesto.

Sentí mi corazón deshabitado como un canto infinito rasgado, como una sombra que se va conmigo; se agiganta, a veces disminuye, desaparece según el sol. Este sentimiento viene a mí en soplos de vientos raudos que hielan mi pecho a su paso. ¿Qué hablo yo de la soledad? Tú más que nadie lo sabe. Siento que aunque poseo la vida, la muerte me posee. ¿Ha sido igual contigo?

¿Sabes, papá?, aunque anteriormente nos habíamos enfrentado con mamá por razones minúsculas, esa vez fue distinta. Comprendí a mamá: todo el tiempo a tu lado, observando el día por esa ventana, obligada  por su sentimiento. Por la noche sus pálpitos han de haber esperado que regreses a la claridad; su ausencia en casa la había convertido en una extraña; ella no sabía de mis días. Cuando nos reencontramos, ella no corrió a abrazarme; no hubo ni una palabra para mí. El hilo que nos unía se rompió.

─¡Todo es tu culpa! ¡No quiero verte! ¡Todavía me miras!

Estaba cruzando la línea de sus cabales, pero no comprendía que junto a ella solo profundizaba mi tormento.
Ella desataba su alma pero para mí se desataba la tormenta que hacía que yo retenga mis palabras tras la mudez, pues he pensado mucho en ella y ahora soy capaz de comprender sus tormentos.

La música es una compañera leal en estos casos. Te contaré que formé parte de la banda del colegio. Los ensayos me fatigaban los viernes por la tarde cuando el profesor de música se ponía exigente.

Al oír el pitazo del profesor, se reunían en el patio los integrantes de la banda sinfónica escolar. En principio se practicaban las arengas del batallón que daban paso al director de la banda, quien se paseaba en medio de las filas; en tanto que oía a los enardecidos gritar.

¡Ya no existen!
¡Ya no cuentan!
Las largas horas que se van.
De la línea de donde piso,
De ahí en adelante,
Siempre mirando al frente.
¡Sí o sí hay que apuntar a ganar
por la voluntad de amar!

Seguida de la arengas, interpretábamos el himno del colegio. Era algo apasionante ver a los miembros de la banda concentrados en la interpretación, excepto yo, que tocaba con el ardor de mis heridas y la pasión por la música, que embrujaba mi alma con su melodía; las lágrimas me estaban embargando el momento exacto en que tocaba impecablemente el saxofón (la líder de la banda, con postura militar y con su capa de vampiresa se estaba desplomando). La culpa estaba siempre ahí, limitándome en cada paso que quería dar.


Los amigos que tuviste, papá, sin exagerar, sobrepasan la veintena: los de tu juventud, los del vecindario, la misma familia, los que a diario trabajaban contigo y los de otros lares, aquellos que llegaban por sí solos a casa. Te cuento, papá, que de todos ellos ni uno pasó por aquí. Eso me dio motivos para pensar en la fragilidad de la llamada amistad o en qué se falla cuando uno crea esos lazos o si es el temor a la tristeza de los más cercanos lo que nos hace evitarlos. No lo sé. Pienso en ese lazo que se da espontáneamente como un sentimiento impasible que ofrece una estancia en su seno, en una profundidad mutua; mientras se enredan se teje lealtades; puede que repentinas alas se alcen misteriosas como silenciosas aves que se pierden en ráfagas de olvido. Para mí, esos lazos llegan de improviso en la noche como una pira de fuego en el aire desprendiendo chispazos de colores y, por la madrugada, se prueba que solo existen estrellas en el firmamento y no sabe en qué abismo han caído consumidas sus cenizas.

(...)

Recuerdo, papá, que con grandes ansias entré a la universidad, con la esperanza de ocupar mi mente y, sobre todo, llena de expectativa por el nuevo mundo que conocería. Es cierto, se abrió un mundo de posibilidades para mí, pero también fui testigo del abandono de algunos de mis compañeros y lo peor, la mediocridad y el descontento de muchos catedráticos. Siempre estoy buscando algo nuevo quiera que fuera; un algo que llene la paz este vacío que siento, que me atrae igual que esos agujeros negros en el universo, un escozor en mis latidos, un amor que me envuelva. No sé. Necesito algo con qué llenar toda esta ausencia que dejaste desde al accidente. He dividido mi tiempo entre la universidad y otro tanto en el taller con mis amigos de la banda de rock.

(...)

No pensé que donde ofrecieron paz y libertad, encontrara un cerco invisible de dogmas y doctrinas que me orillaron a la esclavitud mental y emocional, a ese ciego estado que destruye. Donde el poder se resume en sus moralidades les hace sentir y afirmar que son, como dije antes, una casta privilegiada que tiene la verdad y fidelidad a sus dogmas y doctrinas por el cual obligan a la gente con la amenaza restrictiva para obedecer sus creencias. Ignorantemente aceptadas por el común de sus miembros sin ninguna fidelidad a su base fundamental, que es la Biblia. Claramente, se ve la ignorancia de sus feligreses, que aceptan estas formas coercitivas. Pienso que estas religiones tienen un propósito escondido de manipulación y poder en los miembros de sus organizaciones, y aquellos que tengan un análisis diferente a sus creencias son una maldición diabólica, una herejía, como ellos lo llaman. Por eso, si un individuo estuviera en esa condición, es terriblemente atacado y considerado un inmoral, anatema, apóstata; por lo cual la persecución psicológica, social, moral, es válida para los cristianos guiada por la intolerancia religiosa, usando su poder para acorralar a quien no comparte su ideología religiosa o cristiana.

Es importante que el ser humano, el individuo, tenga y se haya formado, antes de abandonar la niñez, un espíritu candente por la libertad, el espíritu crítico de las cosas, que no dejará que nuestros ojos se nublen y se vuelvan cómplices de alguna religión, secta, de algún ignorante, autócrata, déspota, que utiliza el nombre de Dios, quien no tiene nada que ver con estas acciones coercitivas y esclavistas o caudillistas.

Cada individuo debe elegir y persistir en vivir su única vida conforme a su libertad.



Lidia Cayo Velásquez (Puno, 1980). Estudió en el instituto Superior Pedagógico de Puno (1998-2002). En 2008 obtuvo la segunda especialización en Gestión y Administración Educativa en la Universidad Nacional del Altiplano. Además, estudió Contabilidad en la Universidad José Carlos Mariátegui. Actualmente trabaja en el Gobierno Regional de Puno. Radiografía del silencio la escribió en 1994.

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