26 ago 2017

«La Inmortal» de Patrick Pareja Flores




Tiene 95 años. Es aún una mujer fuerte, erguida, cizañera, malhablada, bajísima, amargada y maldiciente. Aunque estamos revelando su edad, no la sabemos con precisión. Calculamos, sumamos la edad de nuestros padres y la de nuestros tíos, la de los abuelos los parientes idos, los gobernantes antiguos y los recientes. Nada. El cálculo es inútil e irrastreable.

La conocen hasta en los resquicios recién formados de la insurgente ciudad. Y los finiquitados dejaron un legado de historias juveniles: acusaciones frugales de amor dadivoso, fácil y sustancioso. Carcamamles vivientes recuerdan su estilo amatorio, imborrable, extraordinario; pero no porque lo habían disfrutado personalmente sino porque las historias del distrito son públicas y cualquiera las hace propias. Por lo tanto, la certeza de un amante cierto es un imposible. Andamos de abuelo en abuelo, hasta el último rastro franco. Ninguno fue sincero, la mayoría desvaría. Cuentan la misma historia, el mismo cliché aumentado a su manera.

Tiene 8 hijos mayores, la mayoría son abuelos y algunos hasta bisabuelos. No nos atrevemos a indagar en ellos, el temor de ser machacados a escobazos nos retiene. Si las pelotas las parten en dos por qué no habrían de partirnos a nosotros. Buscamos a alguien que hubiese conocido al esposo, al héroe cautivo capaz de soportar tan salvaje comportamiento. ¡Sorpresa! Los hijos son de ocho hombres diferentes y nuestros informantes dieron nombres distintos. Y otra cosa, aún más significativa, nos da la certeza de su inmortalidad, hay una gama de adultos asegurando que en su infancia ella ya era anciana, entre ellos nuestros padres; por eso dudamos de esta aseveración. Nuestros padres nos tienen enderezados y son católicos execreativos. La yapa y otra cosa simple e intimidante, emdia población asegura haber enterrado parientes y amigos mientras ella ya andaba erguida. Ahora entienden este sofisma indescifrable.


Hartos de elucubraciones, cascabeleos e ilustraciones caóticas, decidimos, porsugerencia de Singamapero, el erudito, hurgar en las bibliotecas, precisamente en libros antiguos. Obedecimos, no sabemos si por locura o por la excitación de la investigación. Fuimos primero a la biblioteca municipal, agentes del cambio nos mandaron a la otra más antigua. La sola palabra «antigua» nos indicó que íbamos por buen sendero. Apuramos la marcha. Ahí dentro nos instalamos en una mesa alejada y cómoda. Investigamos en libros ajenos a nuestra realidad, donde los colores dominaban; la fotografías y la ciudad mostraban calles pavimentadas. Cambiamos el trayecto, solicitamos los más añejos. Necesitábamos mofarnos con sustento y no colgarnos de informaciones recabadas de la descarnada mente de la gente. Empezamos por la colonización de una tribu calata. Luego, pasamos por los primeros pobladores afuerinos, esclavizadores, violadores y postreros; una plaza bordada de tierra y llena de militantes descalzos entre curiosos de ropa galante; la primera iglesia magnificada y católica; el primer párroco enriquecido, delgado en las primeras páginas, después gordito y enfrascado siempre en sotana y mechones risueños; una abominable casona de lata obtenida por un francés loco de mostacho extravagante, en una lid de esclavos, donde nadie puede morar hasta hoy sin aire acondicionado; un tranvía repintado donado por un país lejano porque era basura tercermundista. Mira Vivanco, es el adorno de la plaza. Todo en instantáneas de un libro ilustrado, amabarino, naftalinado y descompaginado, sobre vejaciones y atracos en la evangelización del caucho. Así vivimos siempre engañados por el Estado... Oe cuña 'o, quitémonos, no vamos a encontrar nada, deja esa huevada, olvida ya el asunto... Espera Orejón, fala una última parte. Me detuve en una imagen particularmente etiquetada: indígenas, indigentes, criollos y extranjeros de rostros malsinados posaban sobreactuados frente a un anfiteatro recién inaugurado. Hoy Trotamundos y Orates, en estreno, una obra de... Cuña 'o, ya pues, las hembritas nos esperan. Mi amigo había regresado del baño. Vio el claroscuro. Fue revelador. Juraba que la mujer jovencísima, bonísima y esplendorosa del centro, enlazando el antebrazo del francés loco de mostacho raro, era la Inmortal. Cómo puedes estar seguro, acaso la viste de chica, lo dices porque quieres largarte. No Cuña'o, ese día de la pelota, yo entré a rogarle que nos devuelva y en su sala, la vi, ¡es ella! Tú sabes que mis sentidos nunca fallan. Ya sabemos que tienes ojos de búho depravado, orejas de gato ratero, olfato de perro delator y boca de... Ya pues Cuña'o, déjate de vainas, ¿crees o no? Pastrulo, ya me estás atarantando. Por tu ñaña, es ella. Pobre de ti si es mentira, te estiraré más las orejas. En un descuido, como el libro estaba exfoliado, él sustrajo la página y alimentó mi mochila vacía.



Patrick Pareja Flores.- Poeta, escritor y docente, nació en Iquitos, Perú, el 15 de junio de 1985. Estudio en el Instituto Superior Pedagógico Público Loreto (ISPPL), donde se graduó en le segundo lugar del tercio superior de la promoción 2008. Actualmente labora como docente y pertenece al grupo cultural Arturo D. Hernández. Su poema Zeballos, púgil de infinitas melodías ha sido publicado en el poemario «Cien Poemas a Horacio Zeballos», concurso organizado por la Derrama Magisterial del Perú. Ha publicado Habitantes del amor y otros temores (2014) y Relatos extraviados (2015).



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